La esencia de todo ser -de todo modo de la Sustancia-, consiste en persistir en la existencia. La esencia, diríamos, de todas las cosas, consiste en resistir, en esforzarse por no morir, por no dejar de ser (E3, 6). Ser es querer existir, vivir. El hombre es aquella parte de la naturaleza que además de querer ser, de querer seguir existiendo, es consciente de ello (E3, 9).
La esencia del hombre, por tanto, consiste en empeñarse en existir siendo consciente de ello. Y el hombre será virtuoso si llega a saber cómo, ayudado de la razón, puede potenciarse (a sí mismo y en compañía). Un hombre se potenciará no con afectos malos, derivados de la tristeza (tristitia) sino en potenciar los afectos buenos, alegres (laetitia) y en procurar vivir en un cuerpo sano y en una mente sana (E5, 39). La virtud en definitiva consiste en aumentar la potencia. "El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte" (E4, 67).
El hombre, además, puede muy poco solo, y por eso necesita de la seguridad y comodidad del Estado. Para Spinoza, por tanto, vivir según la propia virtud implica el uso de la razón propia y la agrupación en distintas escalas de otros grupos que buscan también persistir ordenadamente en el tiempo.
Si un hombre se deja morir o pide la muerte, es porque ha perdido su esencia. "Quienes se suicidan son de ánimo impotente y han sido vencidos completamente por causas externas que repugnan su naturaleza" (E4, 18, escolio). Dicho de otro modo, si un hombre pide la muerte es porque ha desfallecido su ser, y porque no encuentra a su alrededor a nadie que le rescate y busque devolverle su esencia: las ganas de vivir.
No podrá verse jamás, por tanto, como una virtud del Estado, ni como un derecho, que se proteja el suicidio o a la muerte asistida. Solo ciertas ideologías o arcanos intereses (¿demográficos? ¿económicos?) pueden pretender fijar en un derecho la cultura de la impotencia, de la muerte. Y a eso nunca se le podrá llamar "eutanasia".
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