La eternidad se identifica con la existencia necesaria de la Sustancia; la duración, el tiempo y la medida (Ep.12) con las modificaciones de la misma (con las cosas singulares, que son los pensamientos (cogitata) y los cuerpos (E2, axioma 5).
La duración de los entes singulares es indefinida, pero finita. Las cosas duran, existen, (es lo que llamamos "tiempo"), pero solo puede concretarse en su composición con otras cosas finitas. No puede saberse a priori cuánto durará esta cosa o aquella. Las cosas, los modos, que son (existen) en la Sustancia, tienden a durar, a perseverar en su ser (conatus) y en eso consiste su esencia (E3, 6). Pero en la composición mutua, en el conflicto en el que consiste la vida, siempre hay cosas que superan, rompen, corrompen, desgastan, las cosas singulares (E4, axioma). Los individuos son compuestos de otros individuos en continuo cambio y coordinación (Ep. 4).
El cuerpo humano tiene una duración finita, así como su alma (mens) que no es otra cosa que la idea del cuerpo. El compuesto cuerpo/alma en el que consiste ser humano no es algo privilegiado, no es el centro ontológico de nada (Apéndice 1).
Pero del alma queda algo, un resto, que es eterno, es decir, que está vinculado a la Sustancia (E5, 23). El alma, sin el cuerpo, tiene una idea en Dios, y en ese sentido es eterna.
El alma conoce la eternidad gracias a la experiencia de la demostración (segundo género de conocimiento), a la norma de verdad de las matemáticas (Apéndice 1).
Podemos conocer las cosas (E5, 23, escolio) según la duración (mediante la imaginación) o según la eternidad (con los ojos del alma, que son las demostraciones), mejor dicho, bajo una cierta perspectiva de eternidad.
Sin las matemáticas el hombre no habría tenido acceso a la verdadera beatitud, que consiste en saberse eterno; la vida del hombre es un naufragio en el espacio infinito, pero podemos vislumbrar cierto norte, podemos apoyar la sandalia en la roca euclídea, y llegar a ser conscientes de que somos parte de la misma Sustancia. Podemos saber y experimentar que Dios es nuestra Sustancia.
La Filosofía de Spinoza necesita de Euclides de más que de nadie, para poner el broche, para culminar la obra más importante de la Historia de la Filosofía.
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