La soberanía nacional es algo que, formalmente, se tiene o no se tiene. España es una nación formalmente soberana, porque así es reconocido por la ONU y otros organismos y Estados. Ahora bien, la soberanía, en sentido material, real, efectivo dista de ser algo binario, como en el campo de la Lógica formal, donde los valores de verdad se limitan a 0 y 1. Más bien, desde una perspectiva realista hay que entender la soberanía material como potencia, como capacidad (recordando el TP de Spinoza). Desde ese punto de vista, nos acercamos a la visión de la potencia de los Estados, que es el fondo de la política real, tanto a nivel externo (geopolítica) como a nivel interno (política cotidiana), teniendo en cuenta la combinación diamérica de ambos niveles. La Historia es una dialéctica de Estados o de Imperios, y es en este sentido en el que hay que entender la soberanía material, como potencia en esta dialéctica, como la capacidad de cada parte, de cada Estado, de bregar en ella.
España, decíamos, es un Estado formalmente soberano. Pero la soberanía material se halla en un estado progresivo de debilidad. Las debilidades estructurales traídas desde el Régimen autonómico de 1978 se están agravado hoy día, y acelerando por la pandemia. Unos ejemplos bastarán para sentar la tesis.
España ha sido uno de los peores países en gestionar la crisis del COVID. No ha habido una gestión centralizada eficaz. El régimen autonómico había vaciado de estructura y capacidad al ministerio de Sanidad. La gestión no puede ser más confusa y cambiante.
España había también perdido la capacidad industrial que tenía, y esta es otra gran pérdida de soberanía material. Entre otras cosas, se calcula que al menos un tercio de la producción económica de España dependía del turismo. Un país desindustrializado y sin empresas nacionales estratégicas tiene menos potencia, menos capacidades, en la dialéctica de Estados. Tiene menos soberanía. Una crisis como la del COVID puede ser letal.
Por otra parte, las desigualdades en España son palmarias. Desde regiones con regímenes fiscales propios e infraestructuras potentes, a regiones donde apenas hay trenes.
Si tampoco hay fuerza para enderezar situaciones objetivas de rebelión, como la de octubre de 2017, significa que el Estado está muy mermado.
Otro caso de estudio importante es la lengua (que otrora fue compañera del Imperio). La comunicación, las técnicas y tecnologías asociadas a una lengua de casi 600 millones de hablantes debería ser una capacidad, un arma de la soberanía en la dialéctica interna e internacional. Sin embargo, en esta España distáxica, gobernada por gente incompetente, y donde los enemigos de la soberanía formal y material no dejan de fortalecerse (y lo que es más grave, sentados en la sede de la soberanía nacional), se acaba de impulsar, en la primera semana de noviembre, una ley que da la estocada final a la lengua española en la Enseñanza. Desaparece del texto legal la lengua española (que no "castellana") como lengua oficial y vehicular (algo que, por cierto, contradice la Constitución de 1978, una de los últimos reductos de la defensa de lo que queda de soberanía).
Desde que España perdió su identidad vinculada a América, y su identidad mira hacia Europa, la unidad (soberanía formal) está amenaza mientras la soberanía material se termina de extinguir.
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