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Sobre el proceso separatista en vísperas del 1 de octubre

1. Cataluña es históricamente incomprensible haciendo abstracción de España: surge en el proyecto común de la Reconquista de la península por los reinos cristianos y es integrada mediante la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón. Pierde dos guerras civiles, pero nunca es anexionada.

España es asimismo incomprensible como mero Estado o Administración. No existe como realidad en sí, sino como realidad orgánica al modo hegeliano, resultado de la dialéctica entre sus distintos individuos e instituciones.

2. La concepción organicista de España está, sin embargo, herida de muerte. No se da hoy ninguna de las condiciones que ha permitido su mantenimiento a lo largo de los siglos: no hay religión común (o religión en absoluto) ni un sustrato moral que, unido a ella, otorgue un mínimo de consistencia al espíritu objetivo. España es actualmente una mera reunión de subjetividades que sólo aceptan objetivarse a través de la ideología, articulada en torno a la falsa teoría contractualista. Esta debilidad de espíritu de España, unida a la ramplonería intelectual y hábito de rapiña de sus elites, redunda en la mala salud y ulterior descomposición del cuerpo político. 

El nacionalismo sólo acelera este proceso degenerativo al erigirse como religión laica, consistente en objetivar el lenguaje (un mero instrumento intersubjetivo) hasta dotarlo de un carácter ontológico, soteriológico y místico. El idioma trasciende su realidad gramatical para convertirse en un auténtico varón de dolores que carga con todas las injusticias históricas sufridas por la nacioncilla, y que al mismo tiempo es capaz de salvar a quienes se reconozcan en él y lo sigan. 

El silogismo es sencillo: si la lengua es el alma de una nación, no puede darse una nación plurilingüe en términos que no resulten opresivos o monstruosos. Sobre estos mimbres gratuitos e irracionales, que podríamos llamar "antagonismo lingüístico esencial", el cual deriva en un antagonismo histórico necesario, se sostiene el relato interminable de los agravios, reales o inventados, donde la siembra del odio y la discordia acaba germinando.

3. La tensión histórica entre Castilla y Cataluña se debe a sus posiciones relativas de centro y periferia, así como a la voluntad de la burguesía catalana de que sus intereses económicos sean favorecidos desde el gobierno central mediante las estructuras de Estado, el proteccionismo comercial o, cuando éste dejó de existir, la hegemonía de sus productos en el mercado interior español.

Al debilitarse dichas estructuras de Estado con el modelo autonómico y, tras la crisis económica de la última década, reducirse la importancia que el mercado español venía teniendo para Cataluña, la clase dirigente catalana, en sí misma parasitaria, se creyó parasitada por la clase política española, de la que -gracias a la ilusión esencialista- no se consideraba parte. Dejó entonces de hallar alicientes para el sostenimiento de las cargas comunes, por lo que buscó crear un conflicto que justificara su defección so capa de patriotismo. Quiso por este motivo forjar un acontecimiento histórico por el que supuestamente se habría visto arrastrada, ejerciendo como un deber cívico el cargo de portaestandarte de la voluntad popular. Antes de llegarse a este punto todo mal parecía soportable, y sólo una minoría exigua de catalanes apoyaba posiciones independentistas o de ruptura.

4. El verdadero detonante de la efervescencia independentista es, pues, la crisis económica iniciada en 2008, y su pretexto la sentencia del Tribunal Constitucional que dos años más tarde, en 2010, eliminó 14 artículos del Estatuto de 2006. Puesto que dicho Estatuto fue refrendado por las Cortes españolas en la legislatura de Zapatero, la resolución del Tribunal supuso una enmienda al poder legislativo español, no sólo ni principalmente al catalán, y ello en virtud del texto de la Constitución aprobada por el conjunto del pueblo español.

Ningún jurista conocedor del texto constitucional podía avalar en rectitud de conciencia el redactado del Estatuto propuesto y finalmente aprobado, al vulnerar algunos de sus preceptos las competencias estatales exclusivas. Por tanto, se aprobó a sabiendas de que sería parcialmente revocado, trasladando al poder judicial la responsabilidad política que deberían haber asumido las Cortes.

En el momento de su anulación no se había puesto en práctica ninguna de las previsiones del nuevo Estatuto catalán declaradas inconstitucionales, y en particular las relativas a la "autonomía financiera", de donde se sigue que aquélla no supuso ninguna merma de las prerrogativas efectivamente asumidas por Cataluña. La ridícula farsa que se publicitó como una humillación al pueblo catalán no fue más que una herida calculadamente autoinfligida en base a la cual poder clamar al cielo.

5. Por regla general no es conveniente para ningún país perder territorios, ya sean ricos o pobres, ya que se ceden a potenciales enemigos, con más razón si éstos son vecinos. Sentado lo anterior, la secesión debería ser la "ultima ratio" con la que atajar una injusticia flagrante frente a la que no cupiera otro remedio menos gravoso. La amputación de un miembro gangrenado se hace necesaria sólo cuando amenaza con echar a perder al resto del cuerpo; pero si éste ha de morir también al separarse de aquél, debe someterse a cualquier tratamiento, por duro que sea, conducente a la recuperación de la salud.

6. Ningún pueblo puede definir su censo. Es el censo el que define al pueblo, y aquél viene determinado por la voluntad y el poder del soberano. En consecuencia, sólo puede reclamarse la soberanía que no se tiene a través de un acto de fuerza contra el soberano de derecho. 

Daniel Kate Vicente dixit. (10 septiembre 2017)

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