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¿Fin de la Historia?

¿Fin de la Historia?

En 1992, tras la caída de la quinta generación de izquierdas (comunismo soviético) Fukuyama decretó el Fin de la Historia: las democracias (homologadas de mercado pletórico) parecían asegurar que ya nunca más habría conflictos políticos graves, todo se podría solucionar con "más democracia", más diálogo, más ternura.

Pero resulta que estos días -30 años de la caída del Muro-, estamos bien lejos del Fin de la Historia: disturbios graves en Bolivia, Chile, Colombia, Cataluña, Líbano, Irán, Iraq. Guerras en Siria o Yemen. Conflictos demográficos y migratorios. Crisis económicas, paro, salarios bajos. Posibilidad de guerras mundiales, con peligro de armas biológicas, radiológicas, químicas o nucleares.

En realidad, estamos bien lejos del Fin de la Historia. Y ningún otro filósofo como Gustavo Bueno ha insistido más en ello. Es más, hoy tenemos más conflictos potenciales y reales que nunca en la Historia. En España, toda vez que no contamos con la "soberanía" militar (OTAN), ni con la "soberanía" económica (euro), se había decretado también el Fin de la Historia, y se había culminado con la guinda de leyes ideológicas, que consistía en "ir sacando decimales" a la democracia: Ideología de Género, Memoria Histórica o el modelo territorial cada vez más descentralizado con la Leyenda negra como justificación.

Verdad es que nadie puede fingir conocer el futuro, pero parece claro que vivimos una época de entreguerras. Nadie sabe si las democracias homologadas (que se sustentan en el mercado pletórico), van a resistir estos tiempos. Ningún grupo político tiene, ni puede tener, en España, fuerza suficiente para frenar todos los problemas señalados. Pero, al menos, hay unos 4 millones de votantes que no se han tragado el Fin de la Historia ni sus guindas ideológicas.

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  4. En primer lugar agradecer a Sergio Vicente este blog, así como las notas que en él aparecen. Notas que de alguna manera (me) permiten improvisar lo que alguna vez debiera ser algo más extenso y sistemático. Digamos algo al respecto de esta nota:

    El problema que supone esta idea sobre el fin de la historia es crucial para entender, o no, el carácter dialéctico en que se expresa la realidad política. Sucede que, al poner esta idea ante las fosas nasales de quienes la ejercen sin darse cuenta, se produce el efecto de considerar que, a pesar de existir (efectivamente) problemas en democracia, no son estos propios de la misma sino que:

    -Bien se producen por agentes pertenecientes una sociedad política que por sus acciones producen "deficiencias democráticas": políticos corruptos, puertas giratorias, gobiernos con intereses ocultos que no piensan en el pueblo...

    -O bien porque son otros estados quienes impiden ejercer con eficiencia la democracia en la que uno está inserto. Injerencias eso sí, que nunca serían fruto de una dialéctica real sino, más bien, y a juicio de quien supone la democracia como fin de la historia, de acciones "poco democráticas". Porque ya se sabe, si un país fuese realmente democrático, no sólo no impediría a otros desarrollar plenamente sus democracias, sino que además permitiría encajar unas democracias con otras: todos los países, he aquí, funcionando como una maquinaria democrática total; o en otras palabras, en un estado final de estados (ahora sí, democráticos) que se mantendría, siempre y cuando, nadie interfiriera (con acciones no democráticas) en las acciones "democráticas" de los agentes que conforman cada estado. Democracia y fin de la historia son ideas que aparecen, como vemos, muy ligadas entre sí; exigiéndose una a la otra, podríamos decir.

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  5. En base a lo anterior, bastaría tan sólo con afirmar que la calidad democrática "fetén" es algo difícil de conseguir (dada la "débil naturaleza humana" que siempre acaba por fallar), para reconocer, implícitamente, que la posibilidad siquiera lógica de ser una democracia plena, existe. Es pues, en esta posibilidad, donde radica la idea (ejercida) sobre "el fin de la historia" a la que, al menos, se aspira cuando se pretenden dirigir las prolepsis de nuestras sociedades políticas.

    Habría que decir, ahora sí, a tal respecto, que son las mismas democracias las que producen, por democráticas, una serie de problemas (tanto a nivel interno del propio estado, como a nivel geopolítico) que atacan los propios estados sobre los que aquellas se ejercen. Democracias, por tanto, que sólo seguirán siendo útiles en la medida en que los problemas que generan puedan ser asumidos por el estado (asumidos para la propia eutaxia del estado). Mantener "la democracia", a veces, podría ser pernicioso si los problemas que ésta genera (fuese la propia o la ajena) necesitasen de formas "no democráticas" para salvar el estado; de hecho, los sistemas democráticos se mantienen gracias a acciones y programas no comúnmente calificados como "democráticos". Así, siquiera fuera para salvar la democracia, podría concluirse, ésta debería desaparecer momentáneamente por su incapacidad para defender (se) (en) el territorio sobre el que, "gustosamente", querríamos seguir ejerciéndola.

    En resumen, podría decirse que las democracias no permiten aspirar a un estado de quietud, como si este fuese una propiedad intrínseca que permitiese mantener los "buenos resultados" que tales democracias puedan ofrecer, ya que "sus buenos resultados" siempre son coyunturales y calificados como tales tras la pugna de programas confrontados que, individualmente, no soportarían lo que en regressus hemos adjudicado a un quehacer democrático. El resultado neto (deseado por y para una democracia) no procede únicamente, decimos, de "acciones democráticas" pero sí, por obra y gracias de programas contra otras democracias a las que se les impide seguir siendo tales.
    Las democracias (y no la democracia), concluimos, no permite un estado final sino que más bien, nos exige acciones y programas que las mantengan, por atentar (directa o indirectamente) contra los propios mecanismos que la mantienen.


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